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¿Dónde está, oh coronavirus, tu aguijón?


Este es un artículo de mons. Charles Pope aparecido en el National Catholic Register el pasado 6 de mayo, refiriéndose a la realidad de la sociedad y la Iglesia norteamericana, pero extensible también a muchos países, incluído el nuestro. Traducción completamente no autorizada.

‘Coronavirus, ¿dónde está tu aguijón?’ — Por qué este miedo atenazador es inútil


Fritz von Uhde, “Noli Me Tangere,” 1894

A medida que la vigilancia práctica ha ido dando paso a una ansiedad paralizante, los cristianos deben ver las cosas a la luz de la Resurrección y audazmente proclamar la victoria de Jesucristo sobre la muerte.
Mons. Charles Pope


Sobre demonizaciones injustas

Como muchos de mis lectores saben, estuve seriamente postrado con una enfermedad extraña, similar a la neumonía, desde diciembre hasta principios de febrero. La toz que desarrollé eventualmente llevó a daño de los músculos intercostales, tres costillas rotas, pleuresía y sangrado interno. Me dolía cada vez que tosía - algo que pasaba demasiado frecuentemente. Durante cuatro semanas tuve que dormir sentado en una silla.

¡Llevarme finalmente a recuperar la salud costó tomar inmunosupresores, cuatro tandas de antibióticos, fuertes dosis de antihistamínicos y tratamiento para respirar cuatro veces al día. Gracias sean dadas a la ayuda de Dios y de los expertos médicos! Suministro este contexto para ilustrar que no soy insensible al estrés pulmonar que es la marca distintiva del Covid-19.

No argumento que deberíamos prender el interruptor e inmediatamente volver a lo que llamábamos "vida diaria normal" hace apenas un par de meses. Además, no soy ni un epidemiólogo ni un inmunólogo, y acepto que es necesario un grado de medidas de protección para los más vulnerables y para minimizar la expansión de la enfermedad.

Sin embargo, también me preocupan los efectos serios y potencialmente mortales de este "apagado" social sin precedentes. No apoyo cada acción o posición de los manifestantes, pero simpatizo con su preocupación esencial de que "la cura no sea peor que la enfermedad". Son importantes las vidas de aquéllos afligidos por el coronavirus, o particularmente susceptibles a él, pero también lo son las vidas de otros que están experimentando pérdidas cada vez mayores y luchando por proveer para sus familias.

Muchos con esta preocupación son demonizados y se les dice que son egoístas y que no se preocupan si otra gente muere. Esta acusación, por supuesto, es injusta. Quienes están llamando a una apertura gradual, también quieren que la gente viva. Vivir consiste en más que en tener pulso. Vivir implica desarrollarse, interactuar con otros, enriquecimiento cultural. Vivir implica la dignidad de trabajar, contribuir nuestros esfuerzos y compartir los frutos. Para un católico, vivir significa la Santa Misa, recibir los sacramentos y reunirse para el culto comunitario.

Les pido a quienes apoyan la continuación del cierre actual, que respeten, antes que demonizar, a aquéllos de nosotros que piensan que el balance está demasiado sesgado hacia la seguridad, y que otros bienes esenciales están siendo despreciados. Si no está de acuerdo, presente su posición. Describa su criterio para la reapertura, y cómo piensa que debería manejarse.

En mi opinión, hay dos cosas que se requieren para los individuos y nuestro país, para estar más dispuestos a una reapertura gradual de la economía y la cultura.

Primera cosa necesaria: coraje

En primer lugar, debemos enfrentar nuestros miedos y aceptar que la enfermedad, el sufrimiento y la muerte son parte de la vida en este mundo, nuestro "destierro" del Paraíso. La vida está llena de riesgos incontables; debemos ser sobrios y prudentes, pero al mismo tiempo tener coraje y saber aceptar. Conocer los riesgos y tratar de minimizarlos es sabio, pero evitar todo riesgo, no es ni posible ni saludable.

Es altamente improbable que el riesgo de contraer el coronavirus se reduzca a cero. En algún punto vamos a tener que volver a nuestras vidas "normales". El debate es sobre determinar el momento correcto y la cantidad aceptable de riesgo, dados los costos económicos y sociales de continuar en la cuarentena total.

Incluso si encontráramos un tratamiento o cura para el Covid-19 mañana, hay otros incontables virus, bacterias, alérgenos y toxinas alrededor nuestro. Dios nos ha equipado con sistemas inmunitarios que hacen un trabajo casi milagroso en mantenernos saludables frente a tales ataques diarios. Para los creyentes, confiar en el cuidado de Dios y en lo que Él nos ha provisto para mantenernos saludables, juega una parte importante en conquistar nuestros miedos. Nuestra vida tiene muchos riesgos, pero permanece en las manos de Dios y nosotros en su cuidado.

Esta no es una llamada a abandonar temerariamente todas las medidas que están vigentes para reducir la propagación del virus, sino que es una invitación a recordar que la vida tiene muchos riesgos, que aceptarlos es parte de nuestra vida en este mundo, y que Dios está con nosotros en todo esto.

Segunda cosa necesaria: aceptar nuestra finitud

En segundo lugar, tenemos que aceptar la dura realidad de que la gente muere. Muerte de muchas cosas, entre ellas el Covid-19. La gran mayoría de la gente que se contagia de coronavirus, sobrevivirá. Algunos sólo tendrán síntomas leves, algunos se enfermarán seriamente, y sí, algunos morirán. La gente seguirá muriendo cada día de enfermedad cardiovascular, cáncer, derrames, y en accidentes automovilísticos. Cada uno de nosotros va a morir un día, en un tiempo y de una manera que no es elección nuestra.

Me resulta alarmante como sacerdote y creyente qué poco nosotros como Iglesia tenemos que decir acerca de la muerte. La muerte es una realidad, pero no es algo que deberíamos temer excesivamente. Cristo ha conquistado la muerte y ha creado un pasaje a la gloria de los Cielos para los fieles.

San Pablo escribió a los tesalonicenses:

"Hermanos, no queremos que sean ignorantes acerca de quienes se duermen en la muerte, de manera que los lloren como el resto de la gente, que no tienen esperanza. Porque, dado que creemos que Jesús murió y resucitó, también creemos que Dios traerá con Jesús a aquellos que se han dormido en Él." (1 Tes 4, 13-14)


También escribió este pasaje bien conocido:

"La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. ¡Pero gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria a través de Nuestro Señor Jesucristo! Por lo tanto, mis queridos hermanos, permanezcan firmes e inamovibles" (1 Cor 15, 55-58).


Todos tenemos un miedo natural a la muerte, especialmente al proceso mismo de morir, pero como cristianos hemos sido enseñados a confrontar y conquistar nuestro miedo a la muerte. La gracia para hacerlo se nos ha dado en Cristo. La Escritura dice:

"Así como los hijos tienen cuerpo y sangre, que Cristo también compartió en su humanidad, así también por su muerte Él puede destruir a quien tiene el poder de la muerte, es decir, el demonio, y liberar a todos aquellos cuyas vidas fueron mantenidas esclavizadas por el miedo de la muerte" (Hebreos 2, 14-15)


Presten atención, hermanos creyentes: Cristo ha conquistado a la muerte y nos convoca, por su gracia, a volvernos libres del miedo de la muerte a través del cual el demonio nos mantiene atados.

La muerte no es el final; es el nacimiento a una nueva vida. Para el fiel cristiano, el día de nuestra muerte es el día más grande de nuestra vida. Aunque podamos requerir alguna purificación, dejamos este mundo de penas y viajamos hacia el lugar de gozo indecible y de gloria inefable.

Está bien dolerse por la muerte de cada ser humano, pero en esta situación hay algo mucho más allá del duelo. Lo que tenemos hoy es un miedo profundo que se horroriza tanto del sufrimiento y la muerte que casi todo lo demás debe sacrificarse.

Estoy convencido de que mucho de esto ocurre porque, en este mundo cada vez más secularizado, el sufrimiento y la muerte han perdido su sentido. Tal actitud es inaceptable para un cristiano. Jesús nos enseñó que la cruz es el árbol de la vida, y que el sufrimiento produce gloria. Nos enseñó que para verdaderamente encontrar nuestra vida, debemos perderla para este mundo.

Nuestro silencio como cristianos

Como la voz de Cristo en este mundo, hemos estado demasiado silenciosos acerca de estas verdades. Deberíamos estar convocando a la gente a una actitud valerosa, frente al sufrimiento y la muerte.

Esto no significa tomar riesgos irresponsablemente. No estoy apoyando un cese inmediato y completo de todas las medidas de seguridad. Pero el miedo generalizado y conmocionante ante este virus, es algo sin precedentes en mi vida. Nunca he visto algo como esto. Su extensión mundial me dice que tiene un origen demoníaco, y por lo tanto la Iglesia debe hablar más vigorosamente para exorcizar los demonios del miedo. En lugar de esto, hemos permanecido extrañamente pasivos.

Como es habitual, nuestro enmudecer el mensaje del Evangelio probablemente surge de un miedo de aparecer como "insensibles". Si fuéramos a hablar contra este miedo atenazante, o para sugerir que no todos los límites son necesariamente buena idea, ¡podríamos ser acusados de no preocuparnos de que la gente muera! Hemos permitido que este amedrentamiento y tergiversación de nuestra visión nos silencie. Debemos predicar el Evangelio de todos modos, aceptando las medidas de seguridad razonables, y haciendo las distinciones adecuadas, a un mundo que cada vez más se mofa de la cruz y duda de que la muerte ha sido conquistada por Jesucristo.

Es tiempo de enfrentar nuestros miedos. Algún grado de miedo y ansiedad es entendible, pero el miedo paralizante que se manifiesta en los noticieros y que muestran muchos ciudadanos, es destructivo tanto como contraproducente.

Es tiempo para medidas prudentes, progresivas, de apertura de la economía y de vuelta a las misas públicas. Diferentes regiones se abrirán de acuerdo a sus situaciones, pero en todos los casos se nos va a requerir que enfrentemos nuestros miedos, los controlemos, y aceptemos que la gente seguirá muriendo de Covid-19 en los meses y años que vienen (aunque la gran mayoría no). La gente también sufrirá y morirá de muchas otras causas.

Querido Señor, que aquéllos que han fallecido descansen en paz. Que los que están todavía enfermos se recuperen. Que quienes están desempleados debido a la cuarentena, encuentren trabajo. Que aquéllos que están privados de los sacramentos, puedan pronto acceder a ellos. Y que todos los que sufren en infinidad de formas escondidas, encuentren paz. Calma nuestros miedos, Señor, y ayúdanos a recordar que nuestra vida está en tus manos. Amén.

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Mons. Charles Pope es actualmente decano y pastor en la Arquidiócesis de Washington, DC, donde ha servido en el Concejo de Presbíteros, el Colegio de Consultores, y el Panel Presbiteral. Además de publicar un blog diario en el sitio web de la Arquidiócesis de Washington, ha escrito en revistas pastorales, ha conducido numerosos retiros para sacerdotes y fieles laicos, y también ha conducido los estudios bíblicos semanales en el Congreso de los EE.UU. y la Casa Blanca. Fue nombrado Monseñor en 2005.

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