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Por eso no me gustan las ideologías

La gente que tiene ideologías fuertes, tiene muchos, muchos dogmas. Uno de ellos es que todos tenemos una ideología. No es cierto. Se puede tener una cosmovisión, y no tener ideología.
Por eso conviene definir a qué me refiero con ideología: no es tener una lista de convicciones o principios éticos, no es tener una cosmovisión (sea religiosa o filosófica). Es mucho más detallado que eso: en general, le dicta a la realidad cómo es, sin importar qué realimentación reciba.
Por eso una religión -como la cristiana- puede ser totalmente sostenible racional y experimentalmente, pero puede haber dentro de ella diferentes ideologías (tradicionalismo, progresismo, liberalismo, corporativismo, etc.), con elementos no tan justificables.
En general los excesos y abusos vienen de las ideologías o de los intereses personales, nunca de las cosmovisiones.
Las controversias en torno a opiniones del periodista Jorge Lanata de esta semana pasada dan un buen ejemplo.
Cuando Lanata dijo (en medio de algunos argumentos) que el cupo femenino en el Congreso podía llevar a que se llenara de retardadas, recibió el repudio de las feministas, por representar lo más intolerante y disciminatorio del patriarcalismo duro. En realidad, el comentario de Lanata era "gender-neutral": no tenía nada que ver con lo femenino o con lo masculino, sino con el riesgo de dar un lugar por "portación de género" y no por capacidad. Pero la ideología (feminista en este caso) quita casi toda la capacidad de entender a quien piensa distinto, además de procurar encorsetar todo lo que ocurra -por contradictorio que parezca- con los detallados dictados de la ideología.
Cuando Lanata criticó los dichos de Mons. Aguer, primero calificándolo de facho, y después reconociendo que simplemente defendía principios éticos propios, y que lo facho era intentar quitarle el derecho de expresión, se produjo algo similar. Lo calificó de "bruto" por defender los mismos principios que el Papa Francisco y que el Evangelio, pero no se dio cuenta. En realidad lo "bruto" era sólo la forma de expresarlo (intencional, como lo dijo el propio Aguer).
Cuando Lanata añadió que las religiones defendían cosas insostenibles, sólo por fe, mostraba cómo su ideología lo llevaba a opinar con ignorancia y prejuicio.
Cuando ilustró la crítica hablado del convento allanado por supuestas torturas, confirmó esta ignorancia: las tres cosas que dijo eran falsas. Ni el obispado criticó el allanamiento en sí, ni se castigaba a las monjas, ni se usaban cilicios con púas. Cuando un periodista de este nivel no chequea siquiera la información que se difundió en una conferencia de prensa pública, muestra la hilacha de su ideología.
Estos ejemplos son apenas una mínima muestra, espigada de todo lo que ocurrió en una semana. Pero la experiencia se multiplica por mis cincuenta años. Por eso tengo miles de razones para que no me gusten las ideologías. Las cosmovisiones tienen dogmas; las ideologías dogmatismo. Le dicen a la realidad cómo es según sus principios a priori, y no dejan que los hechos se interpongan en su camino.
Por supuesto, no todas las ideologías son iguales. Las ideologías ateas provocaron en un par de décadas las peores masacres de la historia de la humanidad, dos órdenes de magnitud por encima de las muertes atribuibles al cristianismo en dos mil años.
Cuando se mata, siempre es en nombre de un ideal: de la democracia, de la justicia, de la libertad, de la razón, de la igualdad y la fraternidad, del amor, de Dios. Nunca se mata en nombre del odio, de la injusticia o de los intereses petroleros privados. Para eso, se corrompe el ideal en ideología.
Por eso no me gustan las ideologías.
No todas son iguales. Si tengo que tolerar el mal menor, elijo tolerar una ideología religiosa. Es mucho menos peligrosa. Pero no me gustan. Corrompen.


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