Seres de luz
Son realmente seres de luz. No hay en ellos brotes de ataques personales, resentimiento institucional o fanatismo ideológico. No hay en ellos la oscuridad de la intolerancia, la indiferencia o la agresión. Transmiten una paz absoluta, en medio de un compromiso permanente con los demás. Se ven siempre pendientes de la persona que tienen enfrente, escuchando en serio. No les preocupa lo que digan los demás, ni su bienestar. Se desviven especialmente por los más pequeños y débiles. Transmiten una experiencia de Dios personal profunda, que nunca los deja. Son los santos.
Estoy totalmente convencido de que he conocido muchos santos en mi vida: laicos como Jorge Yayzi, sacerdotes como el padre Maina o el padre Carlos Aldunate, religiosas como la hermana María Magdalena. Y varios otros, algunos todavía vivos, así que no los voy a nombrar.
Pepe, mitos y versiones
Hoy quiero recordar especialmente al padre Pepe, salesiano, de origen austríaco, porque -como en la mayoría de los casos- fue incomprendido por muchos, incluyendo en su propia comunidad. Su fama incluso hizo que se crearan algunos mitos y versiones falsas.
Como la versión que decía que la construcción de ermitas en los barrios era "una locura" más del padre. Lo veo como un caso de proyección. El padre a veces sugería o proponía, pero siempre dejaba que las propias comunidades decidieran qué y cómo hacer, y cada ermita la hacía la comunidad según sus tiempos, entusiasmo y características. En El Pilar I, incluso les sugería que fueran más despacio, que no necesitaban apurarse. Pero albañiles, carpinteros, electricistas, pintores, todos se entusiasmaron por dedicarle a Dios y la Virgen la construcción, y se hizo en tiempo record. Después estuvieron al borde de las lágrimas para convencer al enviado del obispo que les dejara usarla para misas y oraciones, pero lo obtuvieron.
O la versión que lanzaron algunos, de que sólo se le daba comida a quienes iban a misa. Por el contrario, el padre Pepe separó "el reparto" de la misa. Estableció un sistema donde los supermercados podían confiar en él, en dejarle cada madrugada la comida ya vencida para que la cargara en su camioneta y la distribuyera cada día al barrio que tocara. Había gente en cada barrio que había sido elegida por su imagen de responsabilidad ante la comunidad, que era la encargada del reparto. Así el padre, que solía acostarse alrededor de la 1 de la mañana, después de todas las actividades del día, se levantaba a las 6 para asegurar que nadie pasara hambre en los barrios, aún en los peores momentos de crisis.
NO al clericalismo
El padre Pepe era muy respetuoso de los laicos y opuesto al clericalismo. Creo que no conocí a ningún sacerdote que haya respetado tanto a los laicos como él. Los sacerdotes en general, y sobre todo él mismo, solían ser el blanco de las críticas que incluía en sus homilías. Un ejemplo notable fue cuando la comunidad de San Cayetano decidió, ante los repetidos robos, poner a un policía de sereno en la capilla. El padre consideró que era algo profundamente anticristiano. "¿Vamos a tener un guardia? ¿Armado? ¿Y si vienen a robar, va a dispararles? ¿Así dice Jesús que actuemos?". Sin embargo, decidió respetar la decisión de la comunidad: la comunidad lo decidió, él no lo vetaba. Sólo decidió ir a dormir al Colegio Don Bosco del centro, en lugar de quedarse en el barrio, porque no podía avalar esa actitud con su presencia. Luego de algunos días, la comunidad decidió anular la decisión que había tomado.
Una Iglesia de puertas abiertas
Pepe se negaba a poner rejas en el terreno, porque era un signo de rechazo y separación. Incluso no reemplazó la cerradura rota de la capilla durante mucho tiempo. Un día la comunidad reemplazó la cerradura, y esa noche, uno de los jóvenes la robó y dejó nuevamente la puerta abierta. El padre comentó que no lo criticaba, que se podía interpretar la instalación de la cerradura como un desafío o rechazo. Como se negaba a poner rejas en el salón de Cáritas, decidió dejar las donaciones en el centro, para evitar los robos sin dejar de tener un gesto abierto. Algunos de sus revestimientos, que guardaba en la capilla, estaba rajado a cuchillazos, por alguno que se había descontrolado, pero eso no lo preocupaba.
En otra ocasión un joven violento se enojó en un reparto porque creía que debía recibir más, y atacó a la gente y a la camioneta del padre con un hacha. El padre luego fue a su casa, y cuando salió la madre también a increparlo, la abrazó, los abrazó a los dos, fraternalmente, y se desactivó el conflicto. Esa era la actitud cristiana que promovía, cuando la reacción humana de la mayoría era indignarse o rechazar.
Lo más antisistema: la experiencia de Dios
Muchos de los jóvenes que llevaba en su camioneta a distintas actividades y celebraciones tenían problemas con la ley o con las adicciones. Los hacía participar en adoraciones eucarísticas muy fuertes espiritualmente, y muchas ves los vi llorar tirados junto al Santísimo. El padre tenía claro que lo principal que podíamos dar los cristianos, era al mismo Cristo, y poder comunicar a la gente con Él, para que tenga una experiencia personal de su Presencia y su Amor. "¿Qué es lo que transmitimos?", decía. "¿Que lo importante es tener salud, pan y trabajo? ¡No, lo más importante es Dios!"
Pepe transmitía esta experiencia de Dios con su vida, en cada momento, con pasión y una paz no humanas. Rechazaba las ideologías, y miraba a las personas por lo que eran. Cuando alguno de la Iglesia le venía con algún discurso de clase contra los ricos, decía: "No sé, yo he conocido ricos muy buenos en Bariloche, que ayudan mucho. Dios es infinitamente rico." Era antisistema, en cuanto combatía el consumismo y el trabajo excesivo, y eso lo llevaba a criticar a ciertas iniciativas católicas de promoción social que lo que hacían era incorporar a más gente al sistema.
Total austeridad
Eso lo llevaba a dar ejemplo con su vida. Siempre andaba con su camioneta al servicio de todos, llevando gente, comida, o lo que sirviera. En cierta ocasión se rompió la camioneta, y quedó de a pie. Algunos le ofrecimos regalarle un autito usado, para que pudiera recorrer todo el Alto (era el único sacerdote que atendía todos esos barrios). Él se negó diciendo: "No, gracias. La camioneta es un elemento de trabajo, pero ¿qué mensaje doy si ando en auto? ¿Que el cura muestra que es necesario tener un auto, y tratar de ganarlo? No es el mensaje que quiero dar".
Vivía con absoluta austeridad. Dormía en un colchón en el salón de Cáritas de San Cayetano, que daba vuelta cuando se humedecía de un lado. Tenía piso de tierra, hasta que la comunidad puso cerámicos sin que él supiera. Decía que sus compañeros de comunidad le pedían que durmiera con ellos en el centro. ¿Qué vas a hacer ahí solo si te pasa algo? ¿Y si un día te encuentran muerto? Y él contestaba: "¡Si me encuentran muerto, festejen y celebren, porque me fui al Padre! ¡Que nadie se ponga triste!"
"¡No diga eso!"
La primera vez que nos acompañó al barrio El Pilar I, fuimos con el padre Maina, también un gran santo, dedicado, austero y humilde, que ya a su edad se retiraba. Nos presentó a Pepe y cuando se alejó unos pasos nos dijo "Este hombre es un santo". Pepe lo escuchó y se agarró la cabeza, y dijo "¡No, no diga eso!".
Le preocupaba "creérsela". Siempre se ponía de mal ejemplo, contando cuándo había "pisado el palito", "o más bien un tronco". Decía "me dirán fundamentalista, pero no me llamen 'padre', porque el evangelio pide no hacerlo. Si quieren, díganme 'padrecito'".
En uno de sus primeros cumpleaños en San Cayetano, la comunidad le organizó una fiesta. En la misa previa, Pepe estaba muy perturbado, no quería la fiesta, y dedicó su sermón a hablar de todos los defectos que tenía, y que no merecía ningún festejo. Uno de los jóvenes del grupo universitario se adelantó, y le pidió leer algo delante de todos. Leyó un trozo de un librito de Santa Teresa de Ávila, donde describía cómo en una época quería solamente recibir críticas, y se perturbaba si la elogiaban, y entonces hablaba de todos sus defectos, hasta que comprendió que así como sus faltas venían de ella, sus virtudes venían de Dios, y eran una forma de alabarlo, y que tenía que tener paz tanto en la crítica como en la alabanza. El padre Pepe humildemente sonrió, y cambió su actitud, y participó del festejo.
Estoy convencido que tenemos en él un intercesor excelente.
Comentarios