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No es un lugar, es una Persona

En este día en que meditamos en el descenso de Jesucristo a los "infiernos" -el lugar de los muertos-, es interesante reflexionar en que no es un "lugar", sino un estado del alma. Todos, los fallecidos, los que están en el purgatorio, los santos, el infierno y las almas de los que peregrinamos todavía, todos existimos en Dios, en su mismo Amor abrasador. Lo que cambia es nuestra relación personal con ese Amor. Paso mi traducción "casera" de un artículo de la biblista Sonja Corbitt.

El Purgatorio es una Persona
2 de APRIL DE 2020
SONJA CORBITT

Si "Jesús pagó todo", como dice el himno, ¿por qué todavía sufrimos? ¿Por qué Dios no nos levanta a todos al cielo en el minuto que somos bautizados, o, para los no católicos, cuando oran la oración del pecador?

Porque Jesús pagó las consecuencias eternas que nosotros nunca podríamos pagar, pero nos dejó a nosotros las consecuencias terrenales de sufrimiento y las hizo redentoras. Sufrir tiene el sentido de purificar. "Por lo tanto, dado que Cristo sufrió en su carne mortal, ármense también ustedes del mismo principio: que uno que ha sufrido en su carne ha roto con el pecado, para vivir el resto de sus días guiado por la voluntad de Dios, no por deseos humanos." (1 Pe 4, 1-2).

Lo llamemos como lo llamemos -salvación, santificación, purgatorio- la Biblia habla de un proceso que dura toda la vida, de volverse santo, que finaliza en brazos de Dios. Como ensayista, divulgadora y oradora sobre la Biblia católica, frecuentemente veo consternada cómo se enseña sobre el purgatorio a los fieles, y con qué frecuencia los católicos hemos alimentado un miedo a algo que es un regalo inapreciable y profundo. ¿Qué significa esto?

He leído que el purgatorio es la ausencia de Dios hasta que estamos suficientemente limpios como para entrar a Su presencia. He visto presentar al purgatorio como otro infierno, mas suave, como en cierto arte medieval, con los rostros grotescamente deformados de quienes sufren en el purgatorio. He escuchado comparar al purgatorio con la espera en una estación de tren, de alguien al que amamos profundamente y extrañamos hasta que llegue. Pero cada una de estas descripciones necesariamente se queda trágicamente corta de una verdad profundamente Personal.

No es un lugar

El Purgatorio no es un infierno un poco más suave, un cielo menos gozoso, o un tercer lugar o una habitación de espera entre ellos. Usamos un lenguaje de tiempo y espacio para ayudarnos a entender, pero, en realidad, el purgatorio no es un lugar ni una cantidad de tiempo, para nada. La metáfora de la estación de tren es incompleta porque hace parecer que Dios y "el que espera" o "el purificante" son dos cosas separadas, cuando en realidad son una misma, son Uno.

Los lugares son de tiempo y materia, ambas creaciones de Dios. Dios trasciende ambos, el tiempo y la materia, como puro Espíritu. No hay nada físico de Dios para ver, oír, o sentir, en absoluto, a menos que Él se haga sentir. Ni está Dios estacionado en lugares; "Él no habita en templos hecho con las manos" (Hech 7, 48). No existe un tiempo, cosa o lugar creados que puedan contenerlo.

"Para Dios, todos los momentos de tiempo están presentes en su inmediatez" (Catecismo de la Iglesia Católica, 600). Así, Él está en todos los lugares y tiempos todo el tiempo - omnipresente. Dios existe en todo lugar - en cada momento pasado, presente y futuro - en el único momento presente del "Yo Soy". Nunca puede estar ausente de nadie o de nada, nunca: "En Él vivimos, nos movemos y existimos" (Hech 17, 28). Así, antes que un lugar o una cantidad de tiempo, o la ausencia de Dios, el purgatorio es un estado del alma en Dios.

Una persona

A través de la Biblia se habla de Dios como un fuego - un fuego espiritual, pero fuego, de todos modos. En la alianza abrahámica, Dios es descripto como una antorcha y como un horno ardiente (Gen 15, 1-17). Se aparece a Moisés en un arbusto ardiente que no se consume (Ex 3, 1-8). El cordero pascual debe ser asado al fuego (12, 8-10). Dios guía a su pueblo a través del desierto en un pilar de fuego (Ex 13, 17-21). Está entre truenos y fuego en el monte Sinaí al dar el Decálogo (Ex 19, 18-19).

Cae de los cielos en fuego cuando acepta los sacrificios del altar (Lev 9, 23-24; Jue 6, 21; 1 Re 18, 18). Entra al templo en fuego (1 Re 8, 38). Recibe a Elías en el cielo en una carroza de fuego (2 Re 2, 11). El Espíritu Santo baja sobre los discípulos en lenguas de fuego en Pentecostés (Hech 2, 3). El cielo y la tierra serán renovados en el final por el fuego (2 Pe 3, 12-13).

El fuego es juicio (Am 5, 6); el fuego es purificación (Mal 3, 2); el fuego es amor (Cant 8, 6); el fuego es la Persona de Dios: "Nuestro Dios es un fuego que consume" (Heb 12, 29).

Purificación terrenal en la oración

Los Doctores en Oración y los santos místicos hablan de una "Noche Oscura del Alma" en la oración. El dolor de esa oscuridad se siente vacío y desolado, pero en realidad, la oscuridad es Dios mismo, purificando al alma en Su presencia. Se siente doloroso, desolado, y oscuro porque nuestro amor es impuro; nos resistimos a lo que Él ofrece cuando es doloroso. Nos esforzamos hacia Él en la oración, anhelamos sentir su contacto, sin darnos cuenta nunca que Él está presente en un abrazo de una oscuridad que purifica y llena todo. Los contemplativos dirán que esta experiencia de Dios abruma al alma en un deseo ardiente, chocante, doloroso, humilde, que hace que uno se incline hacia él y desee morir en esa felicidad, y sufrir cualquier indignidad o pena para poseerla más completamente.

Esta es la profunda purificación terrenal que Juan de la Cruz y otros Doctores de Oración dicen es la Noche Oscura del Alma; es Dios mismo presente en el alma, sólo que oscuramente en purificación. "Él se esconde en la oscuridad..." (Sal 18, 11). Lo mismo ocurre con el purgatorio, sólo que sentido mucho más agudamente por la claridad que permite la ausencia del cuerpo físico y el quitarse de la búsqueda de confort o de la automedicación.

Una tradición inexpugnable

El Papa Benedicto XVI ha dicho que los escritos de los místicos no comenzaban con la muerte y los tormentos de un purgatorio exterior, y luego describían el camino a la purificación y la conversión. Antes que un "lugar" o un "tiempo" en las profundidades de la tierra con un fuego exterior, ellos veían al purgatorio como un fuego espiritual interior, la experiencia y conciencia del alma del inmenso amor y absoluta justicia de Dios. El alma sufre no haber respondido apropiadamente o totalmente al amor perfecto que "ve" y experimenta.

Quienes están en el purgatorio "ven" este amor más claramente y dolorosamente porque existen en un estado espiritual sin el filtro del cuerpo físico, pero el dolor es felicidad en el doble sentido de pena y amor que la palabra "pasión" abarca. Santa Faustina comparte en su diario: "Pregunté a estas almas cuál era su mayor sufrimiento. Me contestaron a una voz que su mayor tormento fue el anhelo de Dios".

El alma entiende y experimenta, como no le era posible antes, que el Amor perfecto recibido durante su vida merece la devoción total, permanente, sin división, del alma, consumida totalmente por ella; cualquier cosa menor a eso es dolorosamente injusta (ver 1 Cor 3, 15).

El sufrimiento que el alma experimenta al "ver" este amor es justo, y es la consecuencia simple y natural de la separación habitual -incluso de la mínima separación- de la propia voluntad de la voluntad de Dios, que siempre es amor. "Es precisamente el amor de Dios mismo el que purifica el alma de los daños del pecado".

Santa Catalina de Génova, conocida como el "Apóstol del Purgatorio", escribió en su Tratado sobre el Purgatorio: "Sea en esta vida o en la vida que vendrá, el alma que busca la unión con Dios debe ser purificada por 'el ardiente Amor de Dios'. Las almas santas son purificadas de todo el óxido y las manchas del pecado de las que no se han despojado en esta vida. El fuego del purgatorio es antes que nada El Apasionado Amor de Dios".

Estado del alma

En la Suma de Santo Tomás de Aquino, el Papa Gregorio es citado diciendo que el fuego del purgatorio y el fuego del infierno son también el mismo fuego: "Así como en el mismo fuego el oro brilla y se purifica, y la paja se consume, así en el mismo fuego el pecador se consume y el elegido se purifica'. Por lo tanto el fuego del Purgatorio es el mismo fuego del infierno" (Summa sobre el Purgatorio, Artículo 2).

Aunque las distinciones de niveles de lugares y de duraciones (como en la Divina Comedia del Dante) nos ayudan a visualizar y entender mejor, son necesariamente incompletos y a veces confunden más de lo que aclaran. La visión beatífica del cielo no es un "lugar" físico separado del purgatorio o del infierno. Todos existen, como todas las cosas, en Dios como estados espirituales. "En Él vivimos, nos movemos y existimos" (Hech 17, 28).

El fuego del infierno, los sufrimientos del purgatorio, y la plenitud de felicidad y bienaventuranza son una misma cosa, el Mismo Uno. Cuando el alma es liberada de los confines, los límites y el filtro del cuerpo físico, se abalanza de vuelta hacia el Amor del cual provino. La experiencia de Su Presencia de esa alma será infierno, purificación, o la luz beatífica, dependiendo en su conformidad o falta de conformidad con el Amor de Dios.

Nadie puede nunca escapar del abrumador amor de Dios que todo lo consume. Satanás sufre grandemente porque fue creado y existe en el amor de Dios, y sin embargo lo odia y lo rechaza por toda la eternidad. Nosotros también podemos rechazar el amor de Dios; podemos cooperar con él en la purificación, o podemos experimentar su luz y felicidad en unión con Él. Pero nada que es, existe fuera de ese amor omnipresente y abrasador. Si algo o alguien no fuera amado por Dios, dejaría de existir.

En lugar de una estación de tren en la que esperamos que llegue nuestro Amor, el purgatorio es más como la Bella y la Bestia, donde lentamente, casi accidentalmente, nos enamoramos de la "Bestia" (amor sufriente) en toda su bestial dureza y dificultad, y nos damos cuenta al final de que Él era el Príncipe todo el tiempo. Él está con nosotros continuamente, bueno y hermoso y purificador en Su oscuridad, su fuego de amor abrasador total y omnipresente.

Resumen

A lo largo de la Escritura, Dios reveló su amor total y omnipresente por su pueblo a través del fuego, "porque nuestro Dios es un fuego abrasador" (Heb 12, 29, énfasis agregado). Qué pensamiento apasionante.

"Ponme como un sello sobre tu corazón, como un tatuaje en tu brazo. Porque es fuerte el amor como la Muerte, implacable como la tumba su pasión. Flechas de fuego, sus flechas, una llama apasionadísima de Yahveh." (Cant 8, 6). El amor, al final, es todo lo que importa, porque Dios es amor. Es por esto que "en la tarde de la vida, seremos juzgados en el amor" (San Juan de la Cruz).

Las "ardientes pruebas" y sufrimientos que experimentamos en nuestras vidas y en la oración, son en última instancia la presencia de Dios aceptando nuestros muchos ofrecimientos diarios de amor a través del ofrecimiento fontal de nuestra vida: corazón, alma, mente y fuerza. Esta presencia ardiente nos purifica con la fuerza de Su amor, y así Él es el fuego del purgatorio. Dios mismo es el fuego que nos purifica y nos salva (ver 1 Cor 3, 12-15).

Comentarios

Magoia J.E. ha dicho que…
Dice Benedicto XVI en "Spe Salvi", n. 47:
"Algunos teólogos recientes piensan que el fuego que arde, y que a la vez salva, es Cristo mismo, el Juez y Salvador. El encuentro con Él es el acto decisivo del Juicio. Ante su mirada, toda falsedad se deshace. Es el encuentro con Él lo que, quemándonos, nos transforma y nos libera para llegar a ser verdaderamente nosotros mismos. En ese momento, todo lo que se ha construido durante la vida puede manifestarse como paja seca, vacua fanfarronería, y derrumbarse. Pero en el dolor de este encuentro, en el cual lo impuro y malsano de nuestro ser se nos presenta con toda claridad, está la salvación. Su mirada, el toque de su corazón, nos cura a través de una transformación, ciertamente dolorosa, « como a través del fuego ». Pero es un dolor bienaventurado, en el cual el poder santo de su amor nos penetra como una llama, permitiéndonos ser por fin totalmente nosotros mismos y, con ello, totalmente de Dios. Así se entiende también con toda claridad la compenetración entre justicia y gracia: nuestro modo de vivir no es irrelevante, pero nuestra inmundicia no nos ensucia eternamente, al menos si permanecemos orientados hacia Cristo, hacia la verdad y el amor. A fin de cuentas, esta suciedad ha sido ya quemada en la Pasión de Cristo. En el momento del Juicio experimentamos y acogemos este predominio de su amor sobre todo el mal en el mundo y en nosotros. El dolor del amor se convierte en nuestra salvación y nuestra alegría. Está claro que no podemos calcular con las medidas cronométricas de este mundo la « duración » de este arder que transforma. El « momento » transformador de este encuentro está fuera del alcance del cronometraje terrenal. Es tiempo del corazón, tiempo del « paso » a la comunión con Dios en el Cuerpo de Cristo[39]. El Juicio de Dios es esperanza, tanto porque es justicia, como porque es gracia. Si fuera solamente gracia que convierte en irrelevante todo lo que es terrenal, Dios seguiría debiéndonos aún la respuesta a la pregunta sobre la justicia, una pregunta decisiva para nosotros ante la historia y ante Dios mismo. Si fuera pura justicia, podría ser al final sólo un motivo de temor para todos nosotros. La encarnación de Dios en Cristo ha unido uno con otra –juicio y gracia– de tal modo que la justicia se establece con firmeza: todos nosotros esperamos nuestra salvación « con temor y temblor » (Fil 2,12). No obstante, la gracia nos permite a todos esperar y encaminarnos llenos de confianza al encuentro con el Juez, que conocemos como nuestro « abogado », parakletos (cf. 1 Jn 2,1)."

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